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Mons. Braulio Rodríguez (arzobispo de Toledo): "Cristo Salvador ha venido y ha conseguido una victoria sobre el pecado, la muerte y el demonio, pero todavía sigue siendo Adviento para nosotros. El Adviento es una realidad incluso para la Iglesia. Dios no ha dividido la historia en una mitad luminosa y otra oscura."
Escojemos un fragmento de la carta dominical del primado de España, Mons. Braulio Rodríguez Plaza:
Hubo un Adviento, pero todavía sigue habiéndolo. Sólo existe una humanidad ante Dios. Que toda ella se encuentra en tinieblas, pero también que está iluminada por la luz de Dios. Esto significa que Dios no fue puro pasado para ningún periodo precedente de la historia. Al contrario, Dios es el origen para todos nosotros, ya que venimos de Él; pero es también el camino hacia el que caminamos. Lo que significa que no podemos encontrar a Dios en Cristo más que saliéndole al encuentro cuando se acerca a nosotros esperando y exigiendo que nos pongamos en marcha. Sólo podemos encontrar a Dios en este éxodo, en este salir de la comodidad presente para correr hacia el oculto resplandor del Dios que se aproxima. Sí, Él se aproxima, viene: hay Adviento.
La imagen de Moisés, subiendo al monte y entrando en la nube para encontrar a Dios, es válida para todos los tiempos. Dios sólo puede ser encontrado –incluso en la Iglesia– si subimos al monte y entramos en la nube del enigma de Dios, oculto en este mundo. Los pastores de Belén, en la primera navidad, enseñan lo mismo de otra forma. Se les dice: «Esto tendréis por señal: encontraréis al niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre» (Lc 2,12). Con otras palabras: la señal para los pastores es que no encontrarán ninguna señal, sino sólo a Dios hecho niño; y, a pesar de este ocultamiento, deben creer en la cercanía de Dios.
Ciertamente, Dios ha puesto una señal en la grandeza y fuerza del universo, tras el que rastrearemos algo de su poder salvador. Pero la auténtica señal, la que Él ha elegido, es el ocultamiento, comenzando por el pequeño pueblo de Israel y pasando a través del Niño de Belén hasta morir en cruz pronunciando las palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es Adviento. Pero roguemos al Señor en este periodo de tiempo que nos conceda no ser ni de «antes de Cristo» ni de después de Él», sino el vivir realmente con Cristo y en Cristo: con Él, que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Cf. Heb 13,8).