El amor a uno mismo conduce a la destrucción y la autodestrucción

Redacción.- En el libro del Papa Benedicto XVI "Luz del mundo", se nos recuerda las dos opciones que plantea san Agustín sobre el amor y su lucha: o amarse a uno mismo para autodestruirse y destruir o amar al prójimo con el fin de construir. He aquí el dilema. Muchos sufren porqué muchos no actúan con un amor para el otro sino para si mismos.

Benedicto XVI urge a poner a Dios en el centro. Cuando Dios está ausente el hombre se cree otro dios y es cuando empieza la destrucción. De ahí la urgencia de tener a Dios en el centro de nuestras vidas, de convertirnos a Él i de servir a los demás. Nos podemos hacer esta pregunta: ¿Cuál es nuestra ambición? ¿Servir o tener, ayudar o querer cosas y más cosas, vivir para los demás o vivir para nosotros mismos?

Existe el bien y el mal y el amor se viste en estas dos formas. Nuestra libertad verdadera está en saber escoger el bien porqué de otro modo, escogiendo el mal, escogemos nuestra autodestrucción aunque se vista de bien.

Dios en el centro, cada día. Pero para que haya un encuentro y un comportamiento no solamente es básica la iniciativa de Dios, el hombre es libre de escuchar su palabra o no hacerlo, de abrirle el corazón o no. Actuar bien es responsabilidad del hombre, de decir sí a Dios y sí a la bondad.

Grandes retos acechan nuestra generación: la droga es un dios que destruye a uno mismo y a las familias de quienes tienen esta adicción, el materialismo es un dios que destruye el planeta. No podemos estar parados viéndolas pasar. Tenemos en nuestras manos la responsabilidad de actuar de acorde con la voluntad de Dios, es decir, buscar y hacer verdaderamente el bien. Vivir una doble moral también es una decisión propia que no podemos soportar. Solo el bien total conduce a la felicidad total. Es obra nuestra quererlo y buscarlo, este bien.